quarta-feira, 16 de novembro de 2011

Siria La guerra se avecina a toda prisa


  Abdelbari Atwan     
Al-Quds al-Arabi

Traducido del árabe por Antonio Martínez Castro
La misma situación que vivimos hace veinte años en la sede de la Liga Árabe del Cairo cuando los dirigentes árabes adoptaron por mayoría la decisión de intervenir con fuerzas extranjeras para expulsar al ejército iraquí de Kuwait se repite estos días. No exageramos al afirmar que la discusión que tuvo lugar en los pasillos de la Liga Árabe a raíz de la decisión de suspender la pertenencia de Siria como miembro es un calco de la que hubo en agosto de 1990, con la única diferencia de que aquélla enfrentó al presidente de Iraq Taha Yasín Ramadán con el Ministro de Exteriores kuwaití, el jeque Sabah al-Ahmad, mientras que los protagonistas de ésta fueron el embajador sirio Yusuf al-Ahmad y el Primer Ministro qatarí, el jeque Hamad ben Yasem Al Zani.
Hace veinte años el régimen sirio compartía trinchera con los países del Golfo contra el régimen iraquí y participó con tropas en la operación Tormenta del Desierto para liberar Kuwait. La historia se repite, pero esta vez el régimen sirio se encuentra frente a sus antiguos aliados en otra probable Tormenta del Desierto. La pregunta que se plantea es la siguiente: ¿Va a ser el futuro de Siria similar al iraquí? ¿Va a compartir Bashar al-Asad el mismo destino que Saddam Husein?

La resolución adoptada a toda prisa por los ministros de exteriores árabes en una cumbre urgente de la Liga Árabe abre las puertas de par en par a una intervención internacional militar bajo la rúbrica de proteger a la población civil. Desgraciadamente, desde hace veinte años, el papel de la Liga Árabe se reduce a proporcionar cobertura árabe, legítima o no, a las intervenciones internacionales que empezaron en Iraq, después en Libia y ahora parece muy probable que sea Siria dentro de poco la tercera. Sólo Dios y Estados Unidos saben cuál será la cuarta.

Saddam Husein conservaba algunos amigos -aunque para algunos fueran países marginales- como Yemen, Sudán, Libia, Túnez, Mauritania, además de la OLP. Sin embargo el presidente sirio, según se desprende de la votación para suspender su pertenencia como miembro de la Liga Árabe, sólo tiene dos amigos: Líbano y Yemen, además de la abstención de Iraq. Incluso Sudán, que está acorralado y despedazado, no se ha atrevido a oponerse a la resolución, lo mismo que Argelia. Ésta es la lección más seria que debe asimilar el régimen sirio y sacar la moraleja para dar los pasos políticos de la próxima etapa o, mejor dicho, de los próximos días.

Sin duda el escenario de esta intervención está estudiado desde hace meses, o incluso años, pues no puede ser casual la prisa que se han dado en declarar que el régimen sirio ha perdido la legitimidad. Ahora todo va deprisa, desde la feroz instrumentalización mediática, hasta el sorprendente montaje del Consejo Nacional Sirio. Y por supuesto las reuniones abiertas y constantes de los ministros árabes de exteriores para adoptar con determinación resoluciones precisas y calculadas.

El Secretario General de la Liga Árabe, Nabil al-Arabí, declaró que se está estudiando la forma de proporcionar protección al pueblo sirio sin precisar su naturaleza e identidad. ¿Será árabe? (es poco probable) ¿Será estadounidense occidental? (también es poco probable porque supondría un cambio en la estrategia yanqui) ¿Será islámica? (es bastante probable, pues cada vez se habla más de la posibilidad de un papel militar turco en Siria).

Al régimen sirio, a causa de su errónea lectura de la realidad sobre el terreno desde que apoyó la intervención internacional en Iraq, es fácil aplicarle estos posibles escenarios ya que no ha escuchado ni escucha las llamadas y consejos para abstenerse de usar la fuerza militar y las soluciones sangrientas para abordar las exigencias de reformas de su pueblo. Por eso ahora se encuentra frente a una internacionalización de la crisis.

No es fácil determinar la naturaleza de las acciones militares venideras contra Siria aunque podamos prever, según las declaraciones de algunos representantes de la oposición que no hablan en vano, que el primer paso para la internacionalización del conflicto consistiría en establecer dos zonas de exclusión en las fronteras con Turquía y Jordania con el fin de impedir que la crisis se convierta en un guerra civil de corte confesional que se extienda hacia los países del Golfo. Hay que acotar el problema a toda prisa.

Estados Unidos ha aprendido mucho en Afganistán e Iraq. La lección más importante que ha aprendido es que hay que dejar que los árabes se combatan entre sí, que los musulmanes se combatan entre sí y limitarse ellos, junto al resto de países occidentales, a apoyar desde la retaguardia y desde el cielo. Es la conclusión que han aplicado con éxito en Libia.

Pero Siria no es Libia y lo que ha funcionado en la segunda puede no valer para la primera. Por un lado porque el régimen sirio tiene el respaldo de sectores del interior por razones económicas y de índole confesional, y por otro porque cuenta con el apoyo de Irán, Hizbulá, China y Rusia en el exterior. La enseñanza primordial que debe extraer el régimen sirio de lo sucedido en Libia es que, de empezar una intervención militar, ésta no terminará hasta derrocarlo por completo, razón que quizá lo lleve a combatir hasta la muerte.

Nos encontramos ante una de las guerras más atroces de la región porque puede suponer una redefinición del mapa demográfico, antes que del político, y cuyo objetivo principal es fulminar los dos regímenes de la “mumana3a” [que en árabe significa “los países que no se pliegan” y que en Occidente se da por llamar “eje del mal”] del viejo Oriente Medio, es decir, Siria e Irán. La pregunta es: ¿a quién atacarán primero? ¿a Irán o a Siria? ¿quizá a ambos a la vez? ¿Israel a Irán, y Turquía, miembro de la OTAN, a Siria con apoyo árabe?

Es demasiado pronto para dar respuesta a estas preguntas, no obstante la única persona que puede detener esta guerra, al menos la parte que corresponde a Siria, es Bashar al-Asad si toma la valiente decisión de aplicar cumplidamente la hoja de ruta de la Liga Árabe. Dará así un trago del mismo veneno del que bebió el Imán Jomeini, que en paz descanse cuando, forzado, aceptó detener la guerra contra Iraq para salvar su país que poco después se convirtió en una gran fuerza regional.
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Deseamos que el presidente Bashar al-Asad adopte esta valiente decisión sin recurrir a manifestaciones multitudinarias, y que la tome deprisa, en los próximos dos días.- 

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